jueves, 4 de octubre de 2007

Tengo una experiencia, una impresión absurda de qué hacer y cuándo. No quiero que se entienda. Que nadie entienda nada, eso quiero. A qué tanto entender mierda. Entienda que el rosa es rosa porque sus ojos se lo dicen que ama porque su corazón de lata late, porque su piel se funde con otra y no hay forma de despegarse. Entienda que si calla es porque no tiene nada para decir, que el silencio no incomoda si se lo sabe atravesar. Que la quietud es más penetrante que la incesante movilidad de los miembros.
Esto no es una metáfora, es un cuento, o el principio de una novela. O nada. O un vacío. Todo es vacío que se llena de la nada. O de amor o de soledad. Un cuerpo que vive intentando desplegar un poco de algo más en su alrededor. Algo más de magia, algo más de poseía. Un subte de caracoles hambrientos, una calle alfombrada de verde. Una utopía. Palabras que sienten que se huelen al fin entre el precipicio de mi mirada y el abismo de mi boca.