miércoles, 12 de septiembre de 2007

PASA POCO TIEMPO. PERO PASA IGUAL. NO HAY DETENCION EN LA OSCURIDAD MATINAL DE TU ALIENTO SIN NOMBRE. NO ESCUCHO TUS PASOS. PERO YA ESTÁS ADENTRO. DERRAMANDO TU SIMPLEZA ARDIENTE Y FUGAZ. SE LLENA EL VACÍO. EL HUECO CERRADO. NO HAY OPCIÓN, PORQUE NO HAY SALIDA. CALLARSE EN SINFONÍA SUTIL. RECUPERO MI SILENCIO ESPANTADA. LODO DE LABIOS.

¿Qué es esta calma estrepitosa, este remanso lunar en el que me encuentro? Hace mucho que no sentía que se puede estar esperando, sabiendo que va a llegar y entonces quizás ahora entiendo eso de la “dulce espera”. No, no estoy embarazada. Simplemente, espero. Y es dulce. Porque sé que va a venir. Sino sería angustioso, inminentemente suicida. Sería pesado. Pero no. Hoy el día pegotea el pelo, la piel y yo tengo el cuerpo iluminado. Llueven sobre mí mieles de seda. No es felicidad, no. Es una sensación de calma pavorosa, una sucesión de ritmos porteños como melodías. No hay ruidos, hay sonidos que se conjugan y hacen más tierna la espera. Beso el aire, acaricio una paloma. Ya está llegando…

Entonces te escribo
Te derramo en el papel para que estés en algún lado
Para hacerte presente entre tantos espejos rotos.
Sangre que derrama las últimas gotas del pasado

No hay celdas bilingües en estas noches de antorchas
Hay cientos de espías que me buscan
Me someten
Me empalagan

Solo reconozco el pasar de tu pelo al viento
Tus labios agitados
tus ojos verdes

Un susurro
Un oído
Una gota que se pierde sin sabor a nada

Cada cuchillo es una alfombra
Me mezo y me acurruco en tu espalda infalible

Si estás
Es porque te derramo en estas hojas blancas
Sucio de renglones
Pintado de letras negras
Manchado, al fin, de ausencia

Quizás perderse es encontrarse en otro lugar.
Tengo la sensación de que estoy haciendo algo. Algo grande. Algo con alcance inimaginable. Que me trasciende. Algo que va a llegar hasta el último rincón del mundo. Quizás nadie se entere que fui yo. Será un movimiento imperceptible.
Un roce, un pequeño acomodamiento que pondrá el universo patas para arriba. Seré la reina oculta de mi propio cambio; disimulada emperatriz de mis suburbios.

Callaré mi responsabilidad, esconderé que fue mi mano la que movió el engranaje. Y así silenciosa y cabizbaja huiré al campo, y me encontraré en ese otro lugar. Me fundiré con la tierra y moriré sola, bajo un sol de otoño, rodeada de animales que lamerán mis huesos hasta hacerme suya.

El sonido de las campanas retumba en las paredes del fuerte. El grito del monje se oye como un eco ausente que se precipita por las angostas calles de tierra. Hay un niño que llora cubierto de pieles infalibles, recordando el momento de su nacimiento.

El mendigo llora a los pies del mártir y le ofrece grises néctares de ninfas marinas. El sabor dulce de la derrota embebe los labios y los adormece.

Presos de una religión inocua, insectos y deidades se mezclan en danzas alegres. Cantan versos brillosos que enceguecen a los caminantes desprevenidos.
Los cañones aún secos esperan la partida. Mientras algunos pequeños audaces lobos domesticados preparan una sopa que calmará su sed.

Desde el olimpo se distinguen cuernos de sapos olvidados en bibliotecas de serpientes. El dios del hiato se enfrenta con el minotauro. Nace así la metáfora.

Me sumerjo en el abismo de la palabra, un pozo ciego sin fin, ni quimeras. Hace frío en este pozo. Precisamos el fuego de la discordia para calentar este presagio de vida. Pronto llegará un sonido ensordecedor y las cenizas cubrirán los cuerpos. Eso dijo una muchacha mientras lavaba su ropa el borde el río.

A ella se acercó el monje y le dijo: “muchacha, tú que tienes el don del insomnio, ven y despierta mi encanto sobre las olas de esta incertidumbre”: Y ahí nomás la virgen despojóse de su vientre y se lo entregó envuelto en la espuma dulce del desconsuelo.