lunes, 18 de febrero de 2008

La Tregua

Leo "La tregua" y pienso como me conmueven las cartas escritas por muertos. Creo que me genera cierta ternura la ingenuidad frente a su propia muerte. Y quién no lo es, acaso. De la propia muerte y de la ajena.

Aunque venga con preparación de años, la muerte es siempre imprevista.

Y hablar de la muerte me trae recuerdos. En realidad pensamientos pasados.

Yo también, como Martín Santomé, perdí la sonrisa, pero sobre todo el brillo en los ojos. La frescura adolescente se tranformó de golpe en respoansalbilidad adulta. A los quince años.

Y creí durante muchos años que no iba a recuperar la risa espontánea, la despreocupación y sobre todo el brillo feliz de mis ojos.

Hoy sé que la risa la recuperé, aunque lo disimule con mi cara seria. La despreocupación ahora es más bien confiar en mi sentir o parecer. En que necesito un poco menos - sólo un poco o quizás lo normnal- la aprobación ajena.

Pero el brillo de los ojos no. Sí, es una cursilería. Y quizás yo ponga en ese brillo esta ausencia; irrecuperables ambos. Como si necesitara ausentar algo de mí para acompañar (soportar) esa ausencia ajena.

Puedo ser feliz, lo sé, pero el brillo se lo regalé a él. Y por ahora nadie me avisó si lo recuperé. 

A punto de terminar el libro me siento por momentos engañada. Veo al autor queriendo decir algo a través de alguien (léase personaje), pero poniéndolo en otro. Y quizás eso sea escribir. Pero me gustaría no ver al autor, claro. Ser bien engañada. Además descubrí un par de fallas, de grietas, más concretamente en un paréntesis descubrí al autor justificando una opinión de su personaje. Y eso no lo perdono. Los personajes son como son, sin justificación. Además de la contradicción de las cartas (¿se escribían o no?). Me gustaría escribile a Mario y preguntarle.