lunes, 5 de noviembre de 2007

algo viejo que vuelve

A medida que el tiempo pasa las cosas se resignifican. A veces pienso que ya no soy yo la que leyó La metamorfosis, (cualquier de las dos veces). A veces pienso que no me alcanzarían las horas del día para que todos mis yo puedan disfrutar de todo lo bello del mundo. Yo no soy ayer, y hoy, no leí tal libro, hoy no vi tal obra; fue otra, y en otra quedan las sensaciones, las imágenes; otra tuvo el placer, ese placer. Yo tengo otro. No mejor, ni peor. Otro. Sin embargo, no deja de resonar en mi mente la realidad infalible de que nunca somos los mismos. Cómo prometer entonces amor, más allá del día de hoy. Quién no cambia, muere. Y yo no quiero morir. Y cambio. Sin querer, a veces. La realidad me hace cambiar, lo que veo, lo que oigo, lo que vivo. Las personas que conozco, las que podría conocer, todo me hace ver las cosas de un modo diferente. Tal vez sea exagerado. Pero también esa soy yo. El cambio no es pervertir la esencia, aunque ésta tampoco sea inalterable. Nada es inalterable. Y eso duele. Y es un duelo constante. Acaso vivir sea eso, o al menos una visión un poco oscura diría que vimos en un constante duelo (que duele) por lo que ya no somos, ni nunca jamás seremos, ni viviremos, ni sentiremos. Cada momento es único, y en este punto me declaro existencialista. A partir de ahora. Eso es algo que cambió en mi esencia. Ya había dicho que no era inalterable. No sé qué más se modificará en mí o en mi entorno a partir de este cambio. Porque así como los demás me modifican, seguramente yo modifico a alguien. Sin quererlo, a una persona que pasó y posó sus ojos en los míos y vio algo. Y sí, ahora soy romántica. Soy muchas, soy todas y a la vez no soy nadie. Y esta redefinición del ser humano, me abruma, me exalta, me excita y me angustia.

Sin embargo, la elijo. Hoy, ahora; mañana no sé. Sólo quiero vivir cosas que me hagan feliz, que me llenen, que me hagan persona. Y esto no quiere decir cosas que me “hagan bien” o que sean buenas, como estuve tentada de escribir... no, son cosas que pasen, no más ni menos, incluso la desilusión y el desamor, son cosas increíbles de vivir. Y vivirlo así lo hace menos doloroso en un punto; cuando logramos verlo así. Yo ahora lo veo así. Este desamor que estoy viviendo, hoy. Y no ayer. Ayer era distinto. Lo vivía de otra manera, más dramáticamente. Y está bien también. Todo está bien. No. No sé por qué pero no creo eso. No todo está bien para mí. Y no es que juzgue otras formas de vida. Pero para mí no está bien todo.
Pero las cosas que pasaron de ayer a hoy, aunque más no sea haber dormido entre pilas de libros, en un lugar que no es el mío con sueños robados a la luz del día, eso ya me hace distinta de la de ayer. Entonces puedo mirar las cosas con otros ojos. Entonces puedo amar a la misma persona, o no. Y puedo y quiero permitirme eso. Con sus riesgos. En una persona como yo, tan inestable y sensible y pequeña y frágil. Y no. Y fuerte. Y segura. Y valiente. Entonces cuál soy yo. A veces me confundo a mí misma. Me engaño para poder seguir adelante. Aunque a veces pienso que no voy a poder seguir. Que en algún momento voy a decir: bueno, hasta acá llegué. Y voy a parar el motor. Y tal vez haya alguien que pueda y quiera hacerlo funcionar. O tal vez no y quede así varado, en medio de las ruinas, del polvo, del camino, tal vez para siempre. Y eso puede pasar mañana, o tal vez en una hora, o en años, o nunca. Y eso nadie lo sabe. Y eso es lo maravilloso de vivir, de estar vivos. De sentir la adrenalina en la piel. Sé que hay algunas cosas que me hacen sentir algo parecido a la felicidad. Aunque me cuesta entender que tal vez sea solo eso la felicidad. Una sumatoria de momentos. No un estado general (y en consecuencia, vago). Solo una sucesión de momentos entrecortados. Particulares y breves, a veces demasiado, y por eso hay que cuidarlos, aprovecharlos, vivirlos y guardarlos. Sí, guardarlos. Nunca está de más tener algo lindo para echar mano cuando nos sentimos vacíos y tristes y queremos salir de ese estado. Porque a veces no. A veces tenemos, tengo, ganas de revolcarme en el llanto, en la tristeza absoluta del ser - humano, de mi vida, de mis días, hundirme en el más hondo de los dolores y ver cómo salgo de eso, como un desafío, como una prueba más. Ver cómo mi alma se desintegra en cada lágrima, como se desmorona todo, todo negro, nada nada sólo llanto de angustia y ganas de quedarse ahí para siempre, en un rincón, sangrando, morir así, sin recuerdos, seca, seca y sola.
Pero no. Otras veces no. Quiero salir. Y lucho. Y me desgarro el alma que queda hecha jirones contra la almohada y mi mano se extiende y no toca a nadie, porque nadie me ve. Porque me escondo. Claro, para llorar, me escondo. Entonces nadie me ve que pido a gritos que me miren, que me escuchen. Y entonces o caigo rendida y la falta de fuerzas hacen que el llanto se agote (pero no la sensación de angustia, que pasa a ser una angustia espantosamente seca). O logro gritar tan fuerte que alguien me oye y acude. Y me sana. Me salva, me cobija. Porque por suerte hay gente con esa capacidad de salvarme; porque yo les di esa posibilidad. Hay que gente no quiere salvarse nunca. Y no te da esa posibilidad, y eso a mí me genera una impotencia horrible, pero hay que aceptar. Aceptar que tal vez no sea yo quien te pueda salvar, que tal vez no te quieras salvar. Es triste. Muy triste para mí, ver a alguien lindo, perderse en las neblinas de la depresión. Es infinitamente devastador. Nunca me había pasado. Y mierda, cómo me afecta. Tan solo hace un mes me encontré con su alma, o con su corazón o con su cuerpo o con todo al mismo tiempo y ya caí en la trampa tendida por mí misma. Qué estúpida. Y bueno, tal vez aprenda algo de esto. Creo que ya aprendí. Más bien, creo que cambié, que es la mejor forma de aprender. Si uno aprende sin cambiar, es inútil. Es como el conocimiento de enciclopedia, como estudiar de memoria: sirve para un momento y se esfuma. En cambio si incorporamos la vivencia, si eso se hace carne en nosotros, eso significa que salimos airosos del asunto, aunque tal vez con una herida más. Por pequeña que sea.

22 de febrero de 2006