Quiero desprenderme de esta soledad nocturna. Derramar un llanto entre olvidos y espesas tinieblas. Extender la mano y que estés ahí, al acecho, con el puñal preparado por si ataca la ausencia.
Se filtran algunos callejones imperfectos entre flores marchitas y sabores aciagos.
Y es el mismo. Y no. Y otro. Y mañana tal vez ya no haya. No haya este silencio roto con estas palabras impuestas venidas no sé de dónde. O de un lugar inabarcable.
Flotando en balsas inconclusas, meditando en la jungla entre tambores soleados y príncipes dormidos. Vienen cantando himnos gigantes, predicando vientos perdidos.
Y yo acá llena de soledad. Presa de mi boca. Quiebro una sombra y nace el desconcierto. Y como una música fugaz las cuerdas se tocan solas.
No hay oídos que quepan en estas súplicas. Sólo hay fastidio y tormenta. No es bueno el pronóstico. Hoy no. Las gotas caen pesadas en la tierra seca que retumba con augurios ancestrales. El grito gutural del abismo se esconde en un eco efímero y precoz.
Voraces son tus manchas que me envenenan con ojos ciegos y perfumados.
Sacros imperios se erigen a mis espaldas. Los oigo caer como cadenas rotas.
Ser libre. Qué tortura, qué sufrimiento, cuánto dolor en estas tierras mojadas.
Y yo, infame ninfa del olvido, esquiva sombra del día, busco sin piedad el mar que me hunda en la alegría.
7-11-07